En estos días en los que
los políticos nos recitan su letanía de mediocridades, tenemos la suerte de que
nos visite un genio que supo deslumbrar al mundo desde su particular caos y su
inagotable curiosidad.
Leonardo, el polifacético
artista que terminaba su currículo en el que se ofrecía a Ludovico Sforza
afirmando (después de otros diez méritos que iban desde la construcción de puentes
hasta el invento de tanques y ametralladoras) que “además sabía pintar tan bien
como cualquier otro”. Que esto lo diga el autor de ”La Gioconda” o “La última
cena”, nos da una idea de lo que se consideraba capaz de hacer.
Capítulo aparte merecen las maquetas de algunos de sus
ingenios: El paracaídas, la ametralladora, el hombre pájaro, el tanque… que con
excelente factura se nos muestran en ambas exposiciones.
Hijo no reconocido de un
notario y paradigma de un Renacimiento del que todos los que nos dedicamos a la
imagen somos herederos, su pensamiento era tan avanzado que, si los escritos que
podemos contemplar en esta doble exposición no hubieran estado perdidos y
dispersos tanto tiempo, seguramente la historia de la Humanidad habría discurrido
por otros derroteros.
Leonardo acostumbraba a
llevar colgado un cuaderno de notas en el que iba anotando todo lo que le
interesaba o se le ocurría, el cartapacio o zibaldone. El Códice Madrid II (que junto a Madrid I se exhibe
en la BN) es uno de ellos y en esas páginas explica, entre otras
cosas, un “sistema de reproducción simultánea de escritos e ilustraciones
mediante planchas metálicas”, el vuelo artificial pilotado e incluso
encontramos la descripción del momento mágico en el que halló la cuadratura del
círculo, el problema matemático más famoso de la antigüedad:
“En la noche de san Andrés encontré la solución final de la
cuadratura del círculo cuando ya se terminaba la vela, la noche y el papel en
el que escribía, al filo del amanecer”.
Esto se plasmó en el “Hombre de Vitrubio”, imagen que aloja
todas las proporciones humanas y que había sido descrito (pero nunca dibujado) por
el arquitecto romano que le da su nombre. Cierto es que su hallazgo fue
empírico, a compás y regla, pues Leonardo no poseía el conocimiento matemático
suficiente, ni aun con la ayuda de su amigo Luca Pacioli, para resolver este
problema que le obsesionó durante una década y que fue finalmente despejado por
Leibnitz y Newton. Lo cual tiene aun más mérito.
Leonardo dibuja la figura de un hombre con los brazos en cruz y las piernas separadas en un ángulo
tal que el ombligo se halla en el centro del círculo y sus genitales en el del
cuadrado. La figura nos revela un gran número de claves sobre las proporciones
del cuerpo humano como que “la longitud de los brazos extendidos de un hombre
es igual a su altura”, ”desde el codo hasta la punta de la mano será la quinta
parte del hombre, “el pie es la séptima parte de la altura”, etc., todo ello
enmarcado en el conocimiento del número áureo, otro de los misterios que
Leonardo utilizó en sus obras.
Exposiciones altamente recomendables y, por ejemplo, una
excelente forma de pasar la jornada de reflexión.
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