23 abril 2019

LOS ROSTROS DEL GENIO


En estos días en los que los políticos nos recitan su letanía de mediocridades, tenemos la suerte de que nos visite un genio que supo deslumbrar al mundo desde su particular caos y su inagotable curiosidad.


Leonardo, el polifacético artista que terminaba su currículo en el que se ofrecía a Ludovico Sforza afirmando (después de otros diez méritos que iban desde la construcción de puentes hasta el invento de tanques y ametralladoras) que “además sabía pintar tan bien como cualquier otro”. Que esto lo diga el autor de ”La Gioconda” o “La última cena”, nos da una idea de lo que se consideraba capaz de hacer.

En una doble muestra alojada en la Casa de las joyas y en la Biblioteca Nacional de Madrid hasta el 17 de mayo, organizada con el doble motivo del V centenario de su muerte y el intento de “ponerle cara”  (Leonardo da Vinci: los rostros del genio), podemos deleitarnos con su escritura en espejo y las ilustraciones de sus cuadernos, reflejo del genial desorden que enmarcó su vida.
Capítulo aparte merecen las maquetas de algunos de sus ingenios: El paracaídas, la ametralladora, el hombre pájaro, el tanque… que con excelente factura se nos muestran en ambas exposiciones.

Hijo no reconocido de un notario y paradigma de un Renacimiento del que todos los que nos dedicamos a la imagen somos herederos, su pensamiento era tan avanzado que, si los escritos que podemos contemplar en esta doble exposición no hubieran estado perdidos y dispersos tanto tiempo, seguramente la historia de la Humanidad habría discurrido por otros derroteros.


Leonardo acostumbraba a llevar colgado un cuaderno de notas en el que iba anotando todo lo que le interesaba o se le ocurría, el cartapacio o zibaldone.  El Códice Madrid II (que junto a Madrid I se exhibe en la BN) es uno de ellos y en esas páginas explica, entre otras cosas, un “sistema de reproducción simultánea de escritos e ilustraciones mediante planchas metálicas”, el vuelo artificial pilotado e incluso encontramos la descripción del momento mágico en el que halló la cuadratura del círculo, el problema matemático más famoso de la antigüedad:
“En la noche de san Andrés encontré la solución final de la cuadratura del círculo cuando ya se terminaba la vela, la noche y el papel en el que escribía, al filo del amanecer”.
Esto se plasmó en el “Hombre de Vitrubio”, imagen que aloja todas las proporciones humanas y que había sido descrito (pero nunca dibujado) por el arquitecto romano que le da su nombre. Cierto es que su hallazgo fue empírico, a compás y regla, pues Leonardo no poseía el conocimiento matemático suficiente, ni aun con la ayuda de su amigo Luca Pacioli, para resolver este problema que le obsesionó durante una década y que fue finalmente despejado por Leibnitz y Newton. Lo cual tiene aun más mérito.


Leonardo dibuja la figura de un hombre con los brazos  en cruz y las piernas separadas en un ángulo tal que el ombligo se halla en el centro del círculo y sus genitales en el del cuadrado. La figura nos revela un gran número de claves sobre las proporciones del cuerpo humano como que “la longitud de los brazos extendidos de un hombre es igual a su altura”, ”desde el codo hasta la punta de la mano será la quinta parte del hombre, “el pie es la séptima parte de la altura”, etc., todo ello enmarcado en el conocimiento del número áureo, otro de los misterios que Leonardo utilizó en sus obras.

Exposiciones altamente recomendables y, por ejemplo, una excelente forma de pasar la jornada de reflexión.






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