"Ceder es conservarse
íntegro, doblarse es enderezarse, estar vacío es llenarse", decía un
maestro zen .
”Estos son mis principios, si
no le gustan tengo otros,” decía Groucho Marx.
Al salir de la exposición
de Hiromi Sugimoto pensé “si, muéstreme más fotos suyas, porque
estas no me interesan nada”.
Los tiempos que corren, más
cercanos al “todo vale” que a las certezas artísticas, no invitan a criticar a
un genio mundialmente reconocido, pero después de ver las imágenes frescas y
sinceras de Vivian Maier la comparación, no por odiosa, deja de ser cierta:
fotos grandes y grandes fotos. Y dos posturas ante la vida: la grandeza del genio que pasa desapercibido y el "postureo" del genio entronizado por los marchantes y demás amiguitos.
Si la obra de arte es la suma
de lo que nos comunica o nos hace sentir a la que añadimos una ejecución irreprochable, las
fotografías del maestro japonés son de una perfección técnica y un tamaño que te deja sin
respiración, pero a mi me provocan la duda que me surge ante algunas presuntas
obras de arte: ¿Seré yo un botarate –bonita palabra que hay que recuperar para
la modernidad- o me están tomando el pelo?
Sin descartar la primera posibilidad,
creo que la segunda tiende a imponerse.
Veamos, Mr. Sugimoto: Usted
encuadra, con una cámara de placas de gran formato, una pantalla de cine sobre
la cual se proyecta una película durante los 90 minutos correspondientes y
consigue una fotografía de la pantalla con el obturador de su cámara abierto
todo el tiempo.
Union City Drive-in1993.
“Como una luz blanca, brillante, casi fantasmal. Nos parecen pantallas
vacías y, sin embargo, contienen la suma de miles de imágenes superpuestas”. (El
entrecomillado es literal del catálogo). La pantalla aparece blanca porque está,
obviamente sobreexpuesta (quemada). Conseguir la exposición correcta para el
resto de la imagen no tiene mayor dificultad, pero hay una fotografía de un cine de verano en la que se ven unos
árboles que en 90 minutos no han movido ni una de sus hojitas, porque tienen un
detalle perfecto. Unas líneas en el cielo delatan, si, la exposición larga,
pero algo no cuadra. ¿No hay viento en hora y media? Y además, ¿Qué interés
tiene eso de condensar noventa minutos de supuestas imágenes (si hemos de creer
esta convención que se ha inventado) en una sola fotografía de
la nada? Demasiadas conjeturas para una fotografía. No se, señor Sugimoto… estoy perplejo.
Henry VIII, 1999.
Y no dejo de estarlo cuando
veo una colección de magníficos retratos de Fidel Castro, El Emperador
Hirohito, Enrique VIII, ¿Cómo? Si, Enrique VIII, aquel rey que gustaba de
cambiar de esposa por el procedimiento de la separación...de la cabeza.
Ya, es que son figuras de cera
retratadas en su estudio. Y entonces, ¿Dónde está la gracia? Porque aquí el que
es bueno es el escultor de las figuras…como el que ha realizado los dioramas
del museo que usted retrata haciéndonos dudar de si son escenas reales. Estas
dos series (Portraits y Dioramas)
según el catálogo “nos hacen explorar los
límites de nuestra percepción visual”.
Me viene a la memoria mi buen
amigo Antonio de Benito (QEPD), excelente fotógrafo, purista y azote de
farsantes, al que me parece escuchar
lanzando sus irónicos comentarios ante esta “exploración”.
Y entonces leo en la pared de
una de las salas de la exposición (la transcribo en el móvil porque no dejan
hacer fotos en la sala) la siguiente frase del autor:
“No
importa cuan falso sea el tema. Una vez fotografiado es como si fuese real”.
Ahora se entiende todo. Resulta que la fotografía es un medio de hacernos dudar de lo que vemos. Y yo que creía que era captar el momento decisivo, la belleza, motivar con la imagen, llevarnos a lugares y conocer gentes…definitivamente, soy un botarate.
“Black Box” Hirohi Sugimoto. Hasta el 24 de septiembre.
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