28 agosto 2016

SUGIMOTO. ¿GRANDES FOTOS O FOTOS GRANDES?


 
"Ceder es conservarse íntegro, doblarse es enderezarse, estar vacío es llenarse", decía un maestro zen .
”Estos son mis principios, si no le gustan tengo otros,” decía Groucho Marx.
 
Al salir de la exposición de  Hiromi Sugimoto  pensé “si, muéstreme más fotos suyas, porque estas no me interesan nada”.
Los tiempos que corren, más cercanos al “todo vale” que a las certezas artísticas, no invitan a criticar a un genio mundialmente reconocido, pero después de ver las imágenes frescas y sinceras de Vivian Maier la comparación, no por odiosa, deja de ser cierta: fotos grandes y grandes fotos. Y dos posturas ante la vida: la grandeza del genio que pasa desapercibido y el "postureo" del genio entronizado por los marchantes y demás amiguitos.

Si la obra de arte es la suma de lo que nos comunica o nos hace sentir a la que añadimos una ejecución irreprochable, las fotografías del maestro japonés son de una perfección técnica y un tamaño que te deja sin respiración, pero a mi me provocan la duda que me surge ante algunas presuntas obras de arte: ¿Seré yo un botarate –bonita palabra que hay que recuperar para la modernidad- o me están tomando el pelo?
Sin descartar la primera posibilidad, creo que la segunda tiende a imponerse.


Veamos, Mr. Sugimoto: Usted encuadra, con una cámara de placas de gran formato, una pantalla de cine sobre la cual se proyecta una película durante los 90 minutos correspondientes y consigue una fotografía de la pantalla con el obturador de su cámara abierto todo el tiempo. 

 Union City Drive-in1993.

“Como una luz blanca, brillante, casi fantasmal. Nos parecen pantallas vacías y, sin embargo, contienen la suma de miles de imágenes superpuestas”. (El entrecomillado es literal del catálogo). La pantalla aparece blanca porque está, obviamente sobreexpuesta (quemada). Conseguir la exposición correcta para el resto de la imagen no tiene mayor dificultad, pero hay una fotografía  de un cine de verano en la que se ven unos árboles que en 90 minutos no han movido ni una de sus hojitas, porque tienen un detalle perfecto. Unas líneas en el cielo delatan, si, la exposición larga, pero algo no cuadra. ¿No hay viento en hora y media? Y además, ¿Qué interés tiene eso de condensar noventa minutos de supuestas imágenes (si hemos de creer esta convención que se ha inventado) en una sola fotografía de  la nada? Demasiadas conjeturas para una fotografía. No se, señor Sugimoto… estoy perplejo.

Henry VIII, 1999.

 Y no dejo de estarlo cuando veo una colección de magníficos retratos de Fidel Castro, El Emperador Hirohito, Enrique VIII, ¿Cómo? Si, Enrique VIII, aquel rey que gustaba de cambiar de esposa por el procedimiento de la separación...de la cabeza.
Ya, es que son figuras de cera retratadas en su estudio. Y entonces, ¿Dónde está la gracia? Porque aquí el que es bueno es el escultor de las figuras…como el que ha realizado los dioramas del museo que usted retrata haciéndonos dudar de si son escenas reales. Estas dos series (Portraits y Dioramas) según el catálogo “nos hacen explorar los límites de nuestra percepción visual”.
Me viene a la memoria mi buen amigo Antonio de Benito (QEPD), excelente fotógrafo, purista y azote de farsantes, al que me parece escuchar lanzando sus irónicos comentarios ante esta “exploración”.

Y entonces leo en la pared de una de las salas de la exposición (la transcribo en el móvil porque no dejan hacer fotos en la sala) la siguiente frase del autor:
“No importa cuan falso sea el tema. Una vez fotografiado es como si fuese real”.
 
Ahora se entiende todo. Resulta que la fotografía es un medio de hacernos dudar de lo que vemos. Y yo que creía que era captar el momento decisivo, la belleza, motivar con la imagen, llevarnos a lugares y conocer gentes…definitivamente, soy un botarate.

“Black Box” Hirohi Sugimoto. Hasta el 24 de septiembre.


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