En
el anterior post, en el que os exhortaba a acudir a la exposición de Robert
Doisneau, quedó en suspenso comentar algo sobre el llamado “momento decisivo”.
Como sabemos, esta expresión la acuñó el gran reportajista (quizá el paradigma
del género, junto a Robert Capa, perdonen es una opinión) Henri Cartier-Bresson.
La
idea es describir esa imagen “cazada” al vuelo, esa instantánea irrepetible,
que una milésima de segundo antes o después ya no sería igual.
Componer
una imagen cazada al vuelo es muy
difícil, ya que implica captar la acción y que todo esté “en su sitio” cosa
harto complicada. Por eso la técnica que seguían Cartier-Bresson y Doisneau y
que seguimos algunos de sus modestos seguidores no es la de cazar, sino la de
pescar.
Indudablemente
los fotógrafos somos gente especial, raros, por qué no decirlo. Vemos cosas que
los demás no ven y hacemos barbaridades por conseguir una foto que solo nos va
a reportar satisfacción personal. Y no digamos si, además de fotógrafo, eres
alpinista…
Sin
tener la osadía de compararme con los dos genios mencionados, hace mucho que
descubrí que la perfecta instantánea no
es un golpe de vista (salvo en contadas ocasiones) sino que hay que
esperarla. Ves un escenario y a alguien
que te sugiere algo. El momento se
produce cuando el personaje se integra en el escenario, en el lugar preciso
para que la composición sea perfecta y se produzca la magia. Clic. Ya está.
Recuerdo
tener una gaviota encuadrada y enfocada, esperando a que emprendiera el vuelo
para fotografiarla contra un bellísimo fondo en las islas Lofoten, en Noruega.
Yo esperaba que el pajarito echase a volar en cualquier momento y cazarle, pero
estuvo, ¡20 minutos! sin moverse. Yo estaba agotado y a punto de bajar la
cámara, cuando de pronto, despegó…en picado hacia el agua y se salió de cuadro.
Naturalmente yo había encuadrado suponiendo que iba a volar hacia arriba. Fue una de esas fotos que
nunca olvidas, porque no llegas a hacerla.
Afortunadamente
no siempre te quedas con el índice en alto. Lo digital nos ha evitado esperar
todo el proceso de revelado para gritar: ¡Mira, mira que foto! a quien sea que
tiene la desgracia de sufrir en silencio nuestra afición patológica a cazar momentos, a riesgo de que alguien te
rompa un diente…porque claro, como en el viejo Oeste, aquí se dispara y después
se pregunta, en su caso.
Pero
veamos la diferencia entre cazar y pescar. Son dos fotografías tomadas el mismo
día en dos lugares muy próximos en Amsterdam.
En la primera observo ese fondo con una geometría tan peculiar, encuadro
y espero a que pase algo. Pasa la ciclista y ya se lo que estaba esperando. La pesco. Clic. Pero el propio fondo, con tanta gente...ya veremos.
La
segunda responde a mi búsqueda de
alguien que fuera hablando por el móvil mientras avanzaba en su bicicleta. La
vi, levanté la cámara y la cacé. Clic. Pero hay un problema,
el foco no es bueno, está en el fondo, aunque el ligero movimiento da a la
fotografía el dinamismo necesario y el fondo… ya veremos.
Si, posteriormente a la caza y a la pesca, las he
cocinado. Y aquí ya oigo los gritos: ¡Fraude!, ¡Falsificación!, ¡Trampa!...
¿Por
qué? ¿Es que la fotografía tiene la obligación de ser una copia exacta de la
realidad? ¿Le pedimos a Antonio López que sea exactamente igual de fiel cuando
pinta la Gran Vía? Es un extraordinario cuadro hiperrealista, que si no fuera
porque no hay gente podría pasar por una foto, si en vez de ver el cuadro original vemos una reproducción, como esta:
En
imagen, lo importante es el resultado final, siempre que no haya perjudicados. ¿O alguien cree que esta foto es una instantánea “cazada”?
Es
de Cartier-Bresson, el maestro del instante decisivo, pero está claro que aquí “pescó”. Esas
barandillas no se colocan solas, hay que estudiar mucho, componer y esperar a
que pase algo. Y pasó el ciclista. Clic. Foto para la historia.
Resumiendo:
menos integrismos y más saber a dónde queremos llegar. Por donde lo hagamos, da
lo mismo.
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