Esta
entrada es parte de un artículo muy extenso que tengo preparado pero que, por
unas cosas u otras aún no se ha publicado. Como me interesa mucho que el
personal, sobre todo el joven que aun tiene arreglo, reflexione sobre el tema,
voy a lanzarlo en varias entradas y que salga el sol por Antequera (o por donde
sea).
LAS PREGUNTAS
“El Centro
de Estudios Especializados en Trastornos de Ansiedad (CEETA) en Reino Unido
reveló en 2011 que, de casi 2.200
usuarios de teléfonos móviles estudiados, el 53 por ciento presentaba
“nomofobia”, tendencia a sentir ansiedad cuando pierden su
celular, se les agota la batería, el saldo, o no tienen cobertura de la red”.
(Cooperativa CL, 2012).
Nos
enfrentamos a un cambio de costumbres de unas consecuencias mucho más
importantes que las que advertimos o nos dejan advertir. ¿Cómo es posible que
un adolescente de quince años tras cuatro días sin móvil por avería, al
conectarlo de nuevo, observe con naturalidad que tiene pendientes de leer 1450
mensajes de whatsapp? ¿Cómo es posible que un veterano catedrático se pase toda
la comida de celebración de un doctorado mirando el móvil, sin participar
apenas de la conversación del resto del Tribunal y del flamante Doctor? En sólo
una semana he sido testigo de ambos hechos encarnados en protagonistas tan
dispares, lo que me ha hecho meditar sobre la cuestión que da título a este
artículo: ¿Es la “conexión” una adicción colectiva? ¿A dónde nos puede llevar
este pequeño artilugio que parece resolvernos la vida? Y si lo hace, ¿Qué
acepción del término “resolver” hemos de emplear?.
La
actitud, que hoy nos parece, sobre todo a los menores de 30 años, lo más normal
del mundo, de hacer dos o más cosas al mismo tiempo (conducir y hablar por el
móvil, por ejemplo) es algo completamente nuevo para el ser humano y está
empezando a ser fuente de problemas.
EL DISPOSITIVO
“Si usted es dueño de un teléfono inteligente, es probablemente consciente
de que en un año o dos, estará prácticamente obsoleto, debido a que el teléfono
inteligente cada vez es más inteligente. En la década de 1950, se habría
necesitado todo un banco de computadoras en todo un piso de un edificio de
oficinas para hacer lo que actualmente usted es capaz de hacer solo con un
teléfono inteligente. Incluso un teléfono inteligente de gama baja tiene más
poder computacional que el sistema de computador de la Administración
Aeronáutica y Espacial Nacional (NASA) utilizado para poner un hombre en la
luna”. (Rohring, Brian. 2015).
La historia del teléfono móvil arranca en el siglo pasado. El IBM Simon
Personal Communicator, es considerado como el primer teléfono inteligente. Un
prototipo se introdujo en 1992, pero no fue hasta dos años después cuando
BellSouth lanzó el teléfono celular en los EE.UU. por $ 899 con un contrato de
2 años o $ 1099 y sin compromiso. El IBM Simon era un teléfono celular con funciones
de PDA que ofrecía utilidades como un calendario, un reloj mundial, y una
agenda programable, que podría enviar y
recibir mensajes de correo electrónico, intercambiar faxes a través de su módem
de 9600 bps. y fue incluso técnicamente capaz de ejecutar aplicaciones de
terceros almacenadas en una tarjeta de memoria o en su memoria interna de 1 MB.
A partir de aquí hasta llegar al día de hoy, la carrera desatada entre
fabricantes ha sido comparable a la de Ben Hur y Mesala: sin cuartel. Muchos
han quedado en el camino y sería ocioso entrar en detalles. Pero…
(Continuará)
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